Las butacas by Juan Ángel Rafael Sevila Maestre

La narración, con crudeza y veladuras, nos transporta a un mundo erótico real y onírico a la vez y, que con gran maestría alcanza un “ritmo cinematográfico” que arrastra y sume al lector en una vorágine imparable.

Las butacas

La narración, con crudeza y veladuras, nos transporta a un mundo erótico real y onírico a la vez y, que con gran maestría alcanza un “ritmo cinematográfico” que arrastra y sume al lector en una vorágine imparable.

Novela decididamente encendida, vitalista y con ribetes de deseos insaciables, nos conducen a una “realidad humana inimaginable”
Las chicas buenas van al cielo, las malas donde quieren.
Encuentra los besos que nunca diste, esos que nunca te dieron.
Los que se encuentran perdidos en las entretelas de tus labios, de tú corazón.
El placer que siempre deseaste y nunca llegó, ese que todavía arde en tú interior.
El sexo que nunca te atreviste a pedir a tú pareja, el que se encuentra perdido en esas ilusiones vanas.
El sinsabor que arrastrarás hasta el otoño de tu vida. Conviértelo todo en una primavera lozana “Piensa que de caducas flores teje el tiempo guirnaldas” (Luis de Góngora)
La alegría de la Pascua, a de perdurar siempre, no seas avara con los sentimientos.
Consigue no ser yegua, monta al amor cómo amazona, gobierna los sentires, descubre la sensibilidad amatoria que se esconde en tú cuerpo.

¡Conversación de la novela! Dolores: Ricardo, es la primera ocasión que conducía los amores de hombre, nunca fui besada de amor, ni amada; sólo cogida y vuelta a coger. Ahora me siento mujer querida, no indita mucama. Gracias Ricardo.

Genre: FICTION / Romance / General

Language: Spanish

Keywords:

Word Count: 25307

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Sample text:

Gloria abría las recias puertas del casalicio de la quinta, donde vivían ella y Ricardo. Un relámpago de polvo amarillo denso, penetrante, aporreaba en su cuerpo semi oculto por la bata de seda azul, era la mañana que le saludaba en toda la plenitud de su hermosura. Tuvo que cerrar los ojos, cubrirlos con las manos asombrándolos ante tamaño resplandor: ciñó el batín, avanzó unos pasos hacia el exterior. Contemplaba la gran urbe en la lontananza, cubierta bajo una enorme boina gris, esa luz de la mañana no conseguía taladrar el ceniciento cielo, ese que utilizan las ciudades a fin de protegerse del sol, como sí tuviesen miedo de los haces de luz que proporcionaba el dios Helios.

Continuó avanzando hasta llegar a la balaustrada, construida en semi círculo que custodiaba la terraza, acodándose sobre la piedra negruzca, enmohecida por los años y el invierno. Portaba en la mano un vaso de whisky Johnny, era su marca preferida en especial la etiqueta negra sólo con agua sin hielo. Quedó mirando el pensil como así oraba un viejo letrero, en la calle de losas que llevaban a la parte más recóndita del mismo, sobresalían los viejos castaños y hayas que adornaban el enorme caserón, así como las paupérrimas buganvillas con flores malvas, que intentaban medrar entre la boscosa hiedra, en busca de un tenue rayo de sol.

―Que malo es el clima de la meseta para las buganvillas, en la costa mediterránea amanecen por doquier, con flores de distintos colores, rojas, amarillas, violetas, toda una selva de luz y cromatismo, ocupando vallas y casas abandonadas como si de bosque se tratase.


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