La maldición de Hilena by Rayco Cruz

Segunda novela de Árgoht Grandël, precuela de la trilogía "La senda del destino"

La maldición de hilena

En el lugar menos esperado, el poderoso hechicero Árgoht Grandël es atacado y herido de gravedad. Sólo la ayuda de tres guerreras legendarias evita su muerte. A partir de ese momento, se verá envuelto en una aventura inesperada que le hará recorrer el sur de Thera en una carrera contrarreloj para salvar su vida mientras trata de saldar su deuda ayudando a las guerreras en su misión: encontrar el objeto sagrado que llaman 'La Maldición de Hilena' y destruir a su poseedor.
Prólogo de Víctor Conde.

Segunda entrega de las aventuras de Árgoht Grandel, que comenzaran con "La sombra de Pranthas" y continúan con la trilogía "La senda del destino"

 

Genre: FICTION / Fantasy / Epic

Language: Spanish

Keywords: argoht, fantasy, fantasia, epica, thera, aventuras, rayco

Word Count: 125500

Sample text:

«Las zágheras fueron uno de los más deliciosos miste­rios de la historia de Thera».
Pueblos perdidos, capítulo treinta y cinco. Arthor Erih.

Kleria sabía que aquello iba a ser complicado. Llevaba se­manas preparando el discurso con el que tenía que conven­cer al Consejo Carmesí y, por tanto, a la reina Virina misma, de que aquello era necesario.

Y ese era el día. Llevaba ya un buen rato en la cama, despierta y mirando al techo, reuniendo ánimo para levan­tarse y ponerse en marcha. Era temprano, lo sabía por lo difuso de la luz que entraba en su dormitorio, con ese tono grisáceo que tiene la mañana cuando el sol aún no ha ex­tendido sus brazos sobre Thera. Se levantó con mucha par­simonia, se acercó a la ventana y la abrió de par en par. Una ráfaga de aire fresco procedente del norte le agitó los ya de por sí desordenados cabellos castaños. La ligera túnica que cubría sus brazos bien definidos se agitó en torno a su cuerpo, marcando cada una de sus curvas con la delicadeza del más exquisito de los amantes. Dilató el momento todo lo que pudo mientras observaba la ciudad que se despertaba a sus pies. Se encontraba en la Torre de la Guerra, un nom­bre tan estúpido como apropiado. En ella vivían las guerre­ras y las aspirantes a serlo, por lo que funcionaba como hogar y como escuela. Ella había aprendido allí las artes del combate, a pie y montada, a manejar la lanza, la espada, el escudo y un sinfín más de armas de todas las clases y tama­ños. Era su casa, el único hogar que conocía.

       


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