Cartas a Tarantino by Alejandro Cernuda

Diógenes Ruz escribe un guion para Tarantino; entonces llega la muerte y su consecuencia inmediata: la policía.

Cartas a tarantino

Pillo, viejo verde, agente de la policía, científico, politólogo, escritor utópico, borracho, asceta, gordo, sucio... Diógenes Ruz, inmóvil en su silla, en su barrio, transita todos los caminos. Desde su casa en La Habana Vieja, escribe todo el tiempo. Envía cartas a distintas personas con el propósito de vender sus ideas. Uno de sus proyectos, el principal, es un guion que intenta venderle a Quentin Tarantino. Pero Diógenes nunca recibe respuesta, y, en cambio, mientras escribe y cuenta lo que ocurre en su entorno. La vida diaria de sus vecinos y los equívocos van creando un thriller, su propia historia, de la cual no podrá escapar.

El amor, la muerte, la desesperanza… en fin, todo el entorno, se va mezclando con la relación unívoca que crea con el cineasta norteamericano. Querido amigo, viejo amigo, hermano… en la casa contigua la gente grita como si hubieran matado a alguien, pero sigamos con lo nuestro... La vida en La Habana, con sus miserias y esperanzas, entra por debajo de la puerta y Diógenes, escribe, escribe. Todo lo que sucede a su alrededor queda plasmado en su manía.

En el guion que escribe a Tarantino un cubano radicado en Estados Unidos encarga a un grupo de personas de dudoso pasado el robo de la Giraldilla, pequeña estatua que se encuentra sobre el Castillo de la Fuerza, en La Habana. Este extravagante capricho y las razones íntimas que mueven a Dionisio Cuesta para hacerse de la Giraldilla son mal interpretados por quienes ven en la relación de nuestro viejo y alguien en Estados Unidos y, negocio a la vista, tratan de adelantarse en el trabajo. Entonces llega la muerte y su consecuencia inmediata: la policía.

 

Genre: FICTION / Crime

Secondary Genre: FICTION / Political

Language: Spanish

Keywords: muerte, crimen, robo, Cuba, escritor, Tarantino

Word Count: 22173

Sample text:

Carta No.1 A Quentin Tarantino. Noviembre, 24 de 2009

 

 

Estimado Sr:

Todo comenzó cuando encontré su billetera a medio enterrar en la arena de la Croisette, luego las gafas de sol rotas hacían insoportable el sol bajo de la tarde. Nos sentamos lejos de los curiosos, como un par de vagos sin otra ocupación que matar el tiempo. Era la primavera del 94 y a lo mejor ya usted no me recuerda. Había buen aire de la Riviera, aunque a veces insoportable. Usted parecía eufórico, hasta ebrio puede decirse, por la Palma de Oro entregada a Pulp Fiction. Le era fácil olvidar el gesto cortés, la palabra amable, la cara de cuanto desconocido se le acercaba.

Conversamos un buen rato a la sombra de una palmera, sentados en un banco probablemente hoy roído por el salitre. ¿Recuerda la polémica sobre el viejo slogan del cine? El cine como arte e industria. Yo le decía que el arte depende, y cada vez más, de la industria: un escritor es una máquina de disfrazar pastiches, un pintor es la fábrica de mercancías para colgar… Todos quieren saber, con razón, cuánto vale su carga de sexto sentido. Y usted me respondió que era la herencia de los alquimistas: el ímpetu de convertir en oro.

 


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